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Daína Chaviano (Autor)

Artículos

Daína Chaviano: de mitos nacionales, historias ocultas y futuros posibles

Autor: Amir Valle

Fuente: Otro Lunes (Revista Hispanoamericana de Cultura)

Daína Chaviano es… Daína Chaviano. Sentencia tan, en apariencias, sencilla, esconde sin embargo una complejidad existencial que puede aplicársele a escasas personas, mucho más si se trata de «creadores», sea cual sea el arte que se profese. Léase entonces que cuando se puede definir la vida y obra de un escritor simplemente mencionando su nombre, es porque está inscrita en ese particular Olimpo que es la cultura universal, y esa inscripción ocurre esencialmente por la coherencia humanística, la contribución al tan complejo panorama de la creación artística y cultural universal, y la huella personalísima marcada como parte de esa élite que va configurando con su quehacer los diferentes estadios que conforman el espíritu de una nación.

No importa que en Cuba su nombre sea esquivado, ninguneado, silenciado, por esa fauna de comisarios mediocres encargados de establecer «cánones» convenientes al discurso político. Importa que, pese a ellos, la obra de Daína Chaviano tiene en la isla, más que lectores, adoradores fanáticos. Importa que la crítica literaria internacional la considere una de las tres Damas de la Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción en español (honor que comparte junto a la española Elia Barceló y a la argentina Angélica Gorodischer). E importa que aquel mítico impacto, que comenzó en los 80 con sus primeros libros, hoy se ha extendido a todo el territorio de la lengua, que es el logro mayor que puede soñar un escritor. En simples y directas palabras: no se puede escribir sobre la literatura cubana del siglo XX sin mencionar a Daína Chaviano, pero también, pésele a quien le pese en la nomenclatura cultural comisarial cubana, sobre todo en la cumbre del género literario que la catapultó al prestigio y reconocimiento de los que hoy disfruta, Daína Chaviano se pasea con el glamour, la imantación y la majestad de una Emperatriz de las letras nacionales.

Su cubanía es, además, asombrosamente viva, pese a que desde 1991 decidió poner nuevos rumbos a su vida y se instaló en Estados Unidos. Queda demostrada dicha cubanía en las incursiones que hace a la espiritualidad insular cubana, al pensamiento social popular y a los intríngulis de esa interculturalidad de las raíces que conforman «lo cubano» mediante sus novelas El hombre, la hembra y el hambre (1998), Casa de juegos (1999), Gata encerrada (2001) y La isla de los amores infinitos (2006).

En El hombre, la hembra y el hambre¸ Rubén y Gilberto desandan en los recovecos de una ciudad arruinada y triste tras los fantasmas de dos amores, Claudia y La Mora, en una relación de mágica y traumática dependencia hacia la luz de una lejanísima, pero posible, esperanza (¿Acaso la insistencia obsesiva en el amor como escape no es quizás la única marca de rebeldía que millones de cubanos hemos tenido, porque es ése uno de los terrenos donde ideología y política no logran dominar a todos, todo el tiempo?). En Casa de juegos, novela más fantástica pero también llena de guiños cubanos, Gaia conoce a una misteriosa mujer, visita su casa y descubre que las metamorfosis que allí se producen también van alterando su vida (¿acaso no es evidente aquí el mayor de los guiños de esta obra: que así ha ocurrido con esas generaciones de cubanos, cuyas vidas han sido alteradas de su curso por el influjo de eso que llaman «Revolución»?). En Gata encerrada, Melisa intenta huir de la realidad escribiendo en un diario esos mundos imaginarios que ella hubiera preferido vivir (¿cuántos de nosotros no hemos hecho lo mismo mientras vivíamos en Cuba para escapar de nuestras «cubanas realidades»?, ¡qué libro tan maravilloso saldría si recopiláramos las realidades «escritas» en las mentes de esos miles de cubanos que se sientan en el muro del malecón o miran en otros sitios de la isla ese amoroso y siniestro mar que nos rodea!). En La isla de los amores infinitos, tras un encuentro «casual» en un antro de Miami, la vieja Amalia contará a Cecilia tres singulares historias de amor y de lucha por la vida, que amalgaman tres culturas: la española, la china y la africana, y donde se hace un recorrido íntimo y memorioso por la historia, la tradición y el misticismo cubano, desde los tiempos de la colonia hasta el presente.

¿Todo está ahí?, ¿es esa toda la Cuba profunda, toda La Habana no contada que la autora pretende abarcar en la serie «La Habana oculta», de la que forman parte estas novelas?, podría cualquiera preguntarse. La respuesta, sin dudas, es un rotundo «No». Al menos hasta ese momento.

Pero con su más reciente novela Los hijos de la diosa Huracán, Daína Chaviano cierra el círculo de su asedio y logra el que, en mi opinión, es el más lúcido, coherente y atrevido acercamiento literario a la complejísima historia de nuestra isla. Mérito todavía mayor, pues no lo hace desde la perspectiva fría de la historia, sino desde la recreación de escenarios tipificadores de «lo cubano» en los que otros autores apenas habían transitado, o lo habían hecho marcados por esa impronta asfixiante que es mirar la realidad nacida a lo largo de más de cuatro siglos con la lupa empañada de la minimizadora historiografía «revolucionaria». Las razones de nuestra espiritualidad; la mezcla aún hoy turbia de nuestras raíces fundacionales; la debilidad congénita de que el nacimiento de nuestra nación haya ocurrido mediante el predominio de unos poderes (léase Cultura) en detrimento de otros; la cruz amarga y luminosa que la geopolítica nos ha hecho cargar en la Historia Universal desde que Cristóbal Colón puso los pies en nuestra isla (entiéndase aquí el peso que representó «la perla de las Antillas», «la última joya de la corona en las Américas», «la manzana madura», «el traspatio yanqui», «el burdel de las Américas», «la azucarera del mundo» o «el Faro de los pobres de América»)…, y el individuo que se formó de esas confluencias, enriquecedoras o destructivas. Esos son los nuevos mundos de Daína Chaviano. Universos de ficción que, debo decirlo, surgen desde la misma mirada con las que fueron escritas Los mundos que amo, Amoroso planeta o Fábulas de una abuela extraterrestre, es decir, aquellos, sus primeros universos fantásticos. El mérito mayor, entonces, es ese: hurgar en lo cubano desde lo fantástico, tal vez porque la autora piensa que la historia misma de nuestra isla pertenece al territorio de lo mágico, de lo mítico, de lo espiritual, y que en nuestra riquísima cultura existe todo lo necesario para configurar poderosas y seductoras cosmogonías de fantasía nacional.

Eso, una poderosa, seductora e intrigante cosmogonía es lo que encontré en Los hijos de la Diosa Huracán. Una voz que persigue, mima, confunde y guía a dos jóvenes en épocas distintas: Alicia Solomón en una Cuba postrevolucionaria (y, por suerte, democrática, con todas las arenas movedizas que en lo político y en lo social la democracia conlleva), y Juana (y su padre Jacobo, un judío «converso» al cristianismo) en los primeros años de la colonización de Cuba por España. Una Hermandad que defiende «un legado» que no debe caer en sucias manos. Crímenes e intrigas secretas. Cuatro investigaciones: una, criminal; otra, histórica en las raíces indígenas cubanas, y otras dos, personales (Alicia y Juana deberán descubrir la verdadera fuente de su origen y lo que, por ese origen, el destino les tiene reservado). Todo ello en escenarios singulares: una villa casi ilegal en una Cuba que todavía se resistía a ser conquistada; una aldea taína y la apasionante vida de los individuos y los poderes terrenales y espirituales que la guían; una Miami con olor a Cuba y traje gringo (como siempre, como hoy) enrarecida y estremecida por los últimos sucesos allá en la cercana y contaminante isla; y una Cuba que va descubriendo lentamente los límites de la libertad, aún convulsionada, y en cierto modo peligrosamente desestabilizada, por los conflictos generados de la supervivencia de los antiguos poderes de tiempos dictatoriales y las ansias de quienes desean enterrar definitivamente ese triste pasado.

Si no bastara con las intrigantes historias de Alicia y su tío habanero a la caza de un pasado que podría cambiar el presente; de Juana y su padre, desde España a la villa de Banex en Cuba, huyendo de un mediocre, celoso y vengativo competidor «cristiano de pura cepa»; ni fuera suficiente con la turbadora similitud en las relaciones de Juana con el joven taíno Mabanex y de Alicia con el titubeante Sander; ni tampoco resultaran los «ganchos» que son las historias personales de la sensual y fuertísima Pandora; del fraile Antonio; de los líderes Tai Tai, Kairisí, Ocanacán; o del siniestro y desalmado «Liebre» en su empeño de mostrarse útil como asesino a sueldo, entre otros personajes secundarios que, no obstante serlo, resultan poderosamente atractivos por su exquisita configuración y acertada implicación en las tramas, el lector más exigente quedaría complacido con la estructuración de Los hijos de la Diosa Huracán. Una estructuración inteligente que le permite a la autora dosificar las necesarias cuotas de intriga, sin dar siquiera un leve atisbo de señal que permita encontrar las claves que solamente ella, llegado el momento, descifrará a través de los mismos personajes que, a lo largo de la novela, se han encargado de ocultar esos secretos, defenderlos de poderes indiscretos y peligrosos. Se siembra así la duda, mediante la duplicidad o multiplicidad de posibilidades para quien pretenda solucionar de antemano la trama. Se distribuye muy sigilosamente cada nuevo dato en esa telaraña de intrigas que unirán en una sola todas las historias. Pero, aún más: incluso cuando se cree que ya se sabe todo, queda esa rarísima sensación de que hay mucho más en juego, que no se han descubierto todas las cartas. Otro personaje fabuloso: Juana la antigua, terminará de colocar todo en su sitio, obligándonos a caer, sin embargo, en una nueva oleada de preguntas que, como siempre sucede en las grandes obras literarias, nos dejarán en vilo, reflexionando sobre todo lo leído, intentando unir todos los cabos…, en resumen, necesitados de regresar nuevamente a esa novela, cuya página última acabamos de cerrar.

Contrariamente a ciertas atmósferas complicadas, incluso oscuras, que configuran el mundo interior de otras novelas de esta serie (pienso, por ejemplo, en la nada fácil lectura y decodificación de La isla de los amores infinitos o de Casa de juegos), en Los hijos de la Diosa Huracán Daína apuesta por el juego de las intrigas, por una estructura incluso de thriller o policial, y con un lenguaje muy preciso que se pliega a cada circunstancia dramática de las historias narradas, haciéndose así directo, rememorativo, poético, crudo, rumoroso y hasta cruel, siempre que las circunstancias lo precisen. Eso atrapa al lector y hace más fácil la inmersión en las más de 700 páginas que tiene esta novela. Pero, más allá de eso, o tal vez precisamente gracias al equilibrio entre la estructuración de las tramas y los tonos variables del lenguaje elegido para imbricar esas tramas, esta es una obra que «se ve» como si estuviéramos asistiendo a la proyección de un filme. Y esa visualidad es otro de sus grandes aciertos: se construye un muy rico laberinto escénico, tramas que se suceden y conmueven, cada una con el impacto de un flash; y esos momentos de luz abocarán en otras escenas mayores que resultarán inolvidables, y que no menciono porque estaría contando momentos esenciales, necesarios para deshilar los secretos de Los hijos de la Diosa Huracán.

A las zambullidas que Daína Chaviano da en las raíces culturales espirituales de nuestra isla (básicamente esa conjunción todavía hoy inexplorada entre el politeísmo taíno y el cristianismo católico); al desmentido que hace de la desaparición total de las culturas aborígenes encontradas por los conquistadores españoles (desaparición que, tildada de «exterminio absoluto», nos enseñó la historiografía oficialista); y al vaticinio que lanza sobre esa Cuba futura que hoy todos soñamos y de la cual no tenemos ni idea de cómo será por lo compleja de nuestra realidad actual e histórica, hay que sumar otro detalle muy sensible para cualquier cubano: la lucha de poderes en torno a la utilización política en esa Cuba futura de la figura y legado de José Martí, concentrándose todavía más la expectación al tejer una historia muy ingeniosa sobre el contenido de las famosas páginas perdidas de su Diario de Campaña.

Definiendo lo hasta aquí dicho: Novela exquisita Los hijos de la Diosa Huracán; hermosa, abarcadora, imprescindible ya para cualquier estudio sobre la narrativa en la historia de las letras cubanas.

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Amir Valle. Escritor, periodista, crítico literario y ensayista. Miembro de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (AIEP). Actualmente dirige la publicación Otro Lunes (Revista Hispanomericana de Cultura). Desde 2006 reside en Berlín, Alemania.